Esther de la Cruz Castillejo
Laraine Ortiz/Foto: Miguel Díaz
Me cuenta con orgullo y cierto aire de nostalgia de los años aquellos en los que debatía su trabajo entre el medio y la labor en el Palacio de Pioneros, del cariño de los niños y de los que llegaron a sus manos encaramados en banquitos para poder alcanzar los micrófonos y grabar un programa; y hoy son voces respetadas dentro del gremio.
Disfruta sobremanera cualquier cosa que la transporte a aquellos días, cuando sus hijos crecían entre consolas, grabaciones y trasmisiones de carnaval; siente, lo sé bien, que fueron los mejores de toda su existencia.
Ahora está jubilada y como le gusta decir “con tantos achaques que ya estoy cumplida” pero se le siente fiel, es un amor que la supera, que se llevará con ella y, si hay vida después de la muerte, seguirá teniendo por toda la eternidad.
Caprichosa por momentos, obstinada hasta la cimiente y celosa, celosísima de las cosas más simples, gusta de la calma, tiene una paciencia envidiable para los niños y asegura que son ellos lo mejor de la vida, la razón primera de su trabajo y sus conquistas.
Premios hay de sobra en las vitrinas con su nombre, distinciones alcanzadas, también; pero sigue siendo ese minuto de escucha lo que más le conmueve.
Quizás, por eso, no se separa de la radio, está siempre puesta en su cocina con la señal Victoria: ella cree adivinar lo que se esconde detrás del silencio, el efecto, el bache, el libreto … ella toda es la radio, no lo puede evitar, será por siempre la directora que llegó, de casualidad, un día.