Los ojos son el reflejo del alma, por eso, los míos, como los de 
millones de cubanos muestran tantos sentimientos juntos que no existen 
palabras para expresarlos; y es que para mí Fidel es ese padre, 
compañero y amigo; grande de corazón, pequeño por su humildad, inmenso 
por su obra, gigante de pensamiento.
 Ha partido su cuerpo, pero aquí
 estará: en los niños y niñas que cada día van a sus aulas, esas aulas 
que él nos dio cuando nos hizo libres; en el joven que estudia o trabaja
 y que a pesar de los tiempos es cubano de patria o muerte; en los 
adultos que lo conocieron mejor por la cercanía de los años. Así estará 
porque todo en Cuba lleva el sello que distingue su obra.
 Más de 
seis sientas veces intentaron matarlo. Qué ignorancia la de esos que 
aspiran a borrarlo porque haya muerto físicamente, a hombres como Fidel 
no existe arma para ultimarlo, no calculan la inmensidad de sus ideas, 
que van más allá de la palabra porque ahí está la concreción de cuanto 
soñó e hizo realidad.
 Me duele, claro que me duele, tengo el corazón
 diciéndome que no llore porque no está muerto, pero el razonamiento 
lógico de la vida sabe que un día tendría que suceder.  No es fácil este
 dolor que me oprime el pecho, pero que a la vez me hace sentir 
orgullosa porque nunca le voy a fallar. 
 Fidel vuelve a tomar el 
yate Granma para una nueva travesía y junto a él estaremos los de mi 
generación, la de mi madre, la de mi hija, la de mis nietos.  
 Mi viejo, mi querido Comandante, guárdame un boleto en este viaje.
sábado, 26 de noviembre de 2016
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